martes, 13 de octubre de 2015

Sin noticias.

Michael Carson


Desde este lado del mundo no hay noticias para dar, no las hay de una forma vagamente intencional, no las hay porque aún no hay resuelto algo que debe ser resuelto. Puedes intentar explicar con mil palabras eso que sientes, eso que llevas dentro, eso que lloras o que simplemente no lloras ya pero que se incrusta en la mente sin dejarte un respiro. 

Desde aquel lado del mundo, sin océano alguno de distancia, sino simplemente algunos kilómetros que puede recorrerse con las yemas de las manos en un mapa, tampoco hay muchas noticias porque éstas no son lo verdaderamente importante; lo más angustioso es el sentimiento de descontrol y de incomprensión que no deja de invadir los corazones. 

Desde este lado hay un quizás, un todo que se envuelve en una batalla por encontrar aquello que sabes ha de llegar. Podemos poner frases y más frases, argumentos y más argumentos, pero no sirven de nada si detrás de ellos no hay un impulso que mueve cada uno de los actos que llevamos a cabo. La idea incesante de abrir los brazos por primera vez y decir esto es mío.

Que no haya noticias no significa que no haya sentimientos de por medio. 

Deberíamos escribir más cartas, de puño y letra, cartas que chorreen todo lo que se escapa a la lengua y a los labios, cartas con manchas de cerveza y tabaco, con manchas de saliva y de agua sal, cartas cuyos remitentes puedan poseer entre las manos y leer para releerlas después. Deberíamos olvidar los teléfonos, los mensajes por Whatsapp, las conversaciones instantáneas por redes sociales, deberíamos alejarlos de nosotros porque al final acaban poseyéndonos más allá de lo que somos. Dejar de vivir en el instante incesante sin contenido alguno, sin meditación alguna. 

No hay noticias. 

Mientras, desde la otra parte del teléfono suena una voz triste que no puede ser agarrada, ni abrazada, ni tan siquiera consolada. 

Y a esta parte no hay más que lo mismo.


lunes, 28 de septiembre de 2015

Prosaica y metódica.

JP Morrison Lans

Yo no puedo hablarte de eso. Así de sencillo. Sé que alguien me mira al otro lado de este cuerpo, pero no pienso darle voz alguna, demasiado juicio le he otorgado ya para encontrarme en esta maldita encrucijada que no sé a qué ninguna parte me llevará esta vez. 

Me acaba de preguntar, sin cigarrillo en la boca y con una extraña inseguridad miedosa, que qué opino yo al respecto. Opino muchas cosas pero yo no puedo hablarte de ellas, quizás hay sensaciones en mi cuerpo lo bastante contradictorias como para saber que es mejor enmudecer, mirar con los ojos grandes, lanzar una leve sonrisa triste, y decir algo banal que no tenga mucho sentido o que parezca tener el sentido justo. Así me he enfundando en mi propia piel esta vez. Hay sentimientos que es mejor dejar encerrados para que no crezcan más porque sabes que si crecen más todo volverá a acabar en desastre espantoso. Siempre ha sido así, esta vez no iba a ser menos -me digo-.

Ahora me preocupo por cosas prosaicas y metódicas. Quizás hay una parte camaleónica que me conduce a la táctica de mi oponente o quizás son escusas sin precio para justificar esta desidia permanente. Tengo que reconocer que me he estremecido, pero he fingido no sentir absolutamente nada, hacer como que el sol es el mismo que ayer y que las preguntas no me importan un bledo estrecho y siniestro. Es mentira, claro está, aunque la parte de cierto que hay en todo esto es que no quiero permitir que me preocupen más de lo que le preocupan al que pregunta. ¡Y qué sabré yo de lo que le preocupan al que pregunta! Ya estamos -eso me lo digo para no pensar en esta escena más allá de la escena misma-.

Yo no puedo hablarte de eso. No es sencillo. Es algo complicado que lleva consigo un proceso de represión sin precedentes. Quién me mira del otro lado de este cuerpo no sólo mira, está chillando, ¿pero qué voy a hacerle yo?, yo no puedo chillar con ella todo el tiempo, ni darle crédito a cada paso, tenemos que convivir conjuntamente y ahora estoy yo en esta parte de la escena y he de sentirlo mucho, pero ha de ser así. Ya os he dicho que sucedería si dejo que ella tome las riendas. He de admitir que a veces lleva una razón que me saca de quicio, dice "sabemos ambas lo que no estás diciendo pero estás pensando, sabemos ambas que lo que estas pensando sucede, sin tener que recurrir a demostración empírica in situ, al cabo del tiempo la demostración vendrá por sí sola", ¿Qué voy a hacerle?, En fin, no es esto lo que quería contar -si es que lo estoy contando- o expresar -si es que lo llego a expresar-.

No es sencillo, los aforismo constantes que rondan por los tablones de las redes sociales dicen: "Lo que merece la pena conlleva su esfuerzo", "Lo sencillo no es lo más gratificante", "Todo esfuerzo trae consigo su recompensa", y cosas por el estilo, la verdad es que estoy empezando a creer menos todo tipo de aforismos que no salga de mí misma, lo siento, somos demasiado complejos como para que toda sentencia dicha o escrita case con nosotros, y vengo de una familia de cabezones: "ojos que no ven no se lo creen" -aunque esto no es cierto al cien por cien-, porque claro, la vida no es un potencial de acción constanten, no es un todo o un nada. Aforismos, voy a sentarme a escribir un libro de aforismos que se contradigan los unos a los otros, que den vueltas y esquinazos, que se enreden en sí mismos, que se manoseen, que se metan mano, que hagan orgías, que se peleen y echen el polvo reconciliador de los amantes, que no se miren, que no se hable, que se escupan desde la otra página y que luego se amasen y se empalmen y se mojen y se gocen.

No, no es sencillo, ahora me distraigo con cosas prosaicas y metódicas, para no ponerme a llorar y leer en cada gota y recordar a cada instante y sumergirme a cada rato y anquilosarme de tanto en tanto y cuestionarme paso a paso y empequeñecer de golpe en golpe y evaporarme de este lado y recostarme según qué cosa y bloquearme hacía una esquina y maldecirme contra natura y suicidarme tras toda dicha y...

sábado, 15 de agosto de 2015

Escombros.

Egon Schiele

Sigo aquí, en este mismo lugar. 

He querido agarrar su rostro y besarlo por un buen rato, recostarme en su clavicula y permanecer ahí hasta que pase esta tormenta veraniega de polvo y llanto, como un abrazo eterno,  pero él no está y yo solo imagino mi respiración cortante, tragar su olor mientras se incrusta en mis pulmones, mientras lo guardo como un tesoro. Eso es lo que tengo, un recuerdo que cada día que pasa se me antoja más lejano. El charco que encuentro en mi habitación estoy empezando a usarlo para bañarme y resguadarme del calor seco de estos día que se me presentan como un puñal miserable que se clava en mi espalda y en mi garganta. 

Tengo que reconocerlo, se ha apoderado de mí un asqueroso sueño que me repugna, cada mañana cuando amanezco inteto sobrepasarlo para que no haga más sangre de la que ya hace cada noche conmigo. No, no estoy segura en este lugar, lo se, pero intento sobrevivir de la mejor manera que se, por ahora creo que está sirviendo, no se por cuanto tiempo podré permanecer intacta, ya siento los rasguños en mi espalda, yo los tapo cada mañana con ropa limpia pero no se si llegarán a mi rostro y de ser así no adivinaré la manera, ya siento que se hace más pesado invertar algo nuevo. 

Sigo aquí, en este mismo lugar.

Ahora todo se construye de recuerdos que se asemejan a casas derruidas con pilares que sujetan los escombros de una antigua ciudad próspera. Yo permanezco en medio contemplando la escena. Ya mi espalda no se apoya en ninguna puerta porque las puertas han desaparecido. Intento recordar algo, lo más mínimo, eso que me haga regresar a un lugar plácido en el que recostarme, pero los recuerdo se me vuelven tan difusos y contradictorios que no son más que retales malgastados de sucesos tan pasados que se me pierden en la yema de los dedos.

Veo rostros, el suyo es el más cercano y aún así es tan lejano que me produce un dolor estrepitoso en la garganta, no puedo hablar porque todo carece de sentido ya. Permanezco sentada, contemplando las paredes destrozadas tiradas por toda la sala, creo que antes debío de ser un salón de lo más confortable, pero ahora solo puedo mirar, solo observar el caos, el desorden, el dolor, porque al final todo se transforma; el dolor de todo lo que fue y lo que ahora queda.

Intento rescatar algo, por poco que sea, pero todo son piezas fallidas, a veces creo que yo he destrozado la nave por estar en esa misma posición todo el tiempo. Tengo un llanto ajeno incrustado en mis pulmones, también creo que dejó de ser ajeno hace tiempo, sin embargo prefiero darle la distancia adecuada para no engancharme a él.

Creo tocar su pelo, pero no reconozco sus facciones, eso es lo que menos me importa ahora mismo, yo lo acaricio con los ojos cerrados mientras imagino mis dedos en ese pelo largo y grasiento; respiro todo lo hondo que puedo para que no se claven en mí todos los pedazos desmigados de la sala. ¿Cómo puede extrañarse tanto aquello que sucedió entre cuatro paredes llenas de aire y ensayos? No hay ningun personaje aquí, pero sigue ese sueño que me persigue desde hace tiempo, la casa en llamas y su inquilino, el vino, la chimenea, los libros, los discos, sus ojos mirandome fijamente; aquella fotografía que ya no está. El sueño me regresa todo aquello que tiré en el aire para que se lo llevase lejos de mi, pero no se puede olvidar eso que tuvo lugar, porque cuando algo ya ha sucedido en el momento que menos lo esperas regresa para restregarse en tu cara.

Se que el del sueño no soy yo, que nunca seré yo, pero ahora dudo de que él piense que yo podría ser como esa pesadilla, y eso, eso, hace que todos los escombros se rompan en mil pedazos cortantes y asfixiantes que me rodean por todas partes. Ahora los recuerdos empiezan a convertirse en una verdadero espacio inhabitable en el cual he de permanecer. 

Y permanezco, creanme cuando digo que permanezco. Y sobrevivo, de una extraña forma sobrevido, pero echo de menos algo, echo de menos algo que he dejado de saber, quizás sea el contacto de su piel con mi piel, quizás es más sencillo aún y por eso dudo, y por eso constantemente dudo que volver a abrazarlo sea algo real.





martes, 11 de agosto de 2015

¿Sofía?

Janusz Jurek

Sofía se pega un puñetazo en la nariz, él pasa con un viejo coche color rojo por la cuesta de enfrente, no reconoce su rostro, el de él, y se queda atónita contemplando la escena. Sangre bajando por su cuello, eso es lo que menos importa, sabe que duele. También sabe que hay dolores más profundos, que calan más allá de la piel.

Escucha un ladrido a lo lejos, ella maúlla mientras se arrastra por el suelo. El gato está en un contenedor, lleno de viejas liendres, el ladrido viene de un callejón oscuro lleno de viejas moscas. Sofía sabe que cada cual, ladrido y maullido, contienen dialogo propio, un lenguaje viejo, raído y malgastado. Y ella lo recuerda a él, y se vuelve transparente, quizás entendió demasiado bien aquello que le dijo. Y ahora siente que el valor ha de nacer en cada ser. No puedo verla bien. No, no la veo bien.

Quiero llamarla, pero no salen palabras de mi boca, quiero llamarla con fuerza, pero siento una patada fuerte en el estómago, mientras alguien me agarra la espalda y me pilla indefensa. Veo una sonrisa obscena en el rostro de una vieja conocida, esta vez la patada no me deja noqueada y la agarro de los hombros mientras la miro a los ojos. Esta vez no. Esta vez tengo que inventarme un idioma de signos para que Sofía pueda verme. Tengo que explicarle que no se deje arrastrar, que no se deje caer, que se levante y se limpie la sangre, que vuelva a sí. Tengo que explicarle que su lenguaje también es el mío, también es el de él.

Yo se que ella lo sabe, pero tiene que creer que es verdad, que es verdad eso que sabe, que no es una locura, que no es una enajenación propia, no voy a dejar que se rinda, yo no voy a dejar que se rinda. Pero, ¿Donde está?

¿Sofía?
 


martes, 28 de julio de 2015

Sofía tinkerbella


Jennifer Read / Natural Resources Canada

Hay un mundo más oscuro y miserable que el que atormenta a Sofía mientras está tumbada en el pasillo de su nuevo piso mirando al techo. Ella siempre supo que ese mundo estaba ahí, detrás, delante y por todos los lados a los que mirase, pero ahora ese mundo empieza a invadirla por dentro también. 

El ala rota y retorcida, que se ha sujetado durante años, está tímidamente buscando abrirse, busca expandirse y ella está acojonada, no huele a mierda porque el hedor esta demasiado profundo como para que pueda olerse, está demasiado inserto en ese propio mundo interior que habita. -Pero eso es lo de menos, todos tienen un olor a podredumbre que los invade en algún que otro momento, no creo que exista lo contrario, sin embargo, este que es su propio hedor, solo le pertenece a ella.-

Sí, está tumbada, mirando al techo, creo que lleva unas siete semanas en esa misma postura, no se mueve, se ha vuelto tinkerbella nana. Un extraño insecto de esos que misteriosamente ivernan en pleno mes de agosto. Nadie la advierte, sus pensamientos son incluso más minúsculos que su propio cuerpo, pero la potencia interior de estos hace que se proyecte una luz crepuscular por las paredes del estrecho y largo pasillo que se ha convertido en su lecho durante estas livianas semanas. 

No hay sangre, tampoco cerveza, ni sexo, ni tabaco. La comida empezó a escasear hace tiempo, solo cae una gota de agua del filo de una fotografía enmarcada de Diane Arbus. La gota cae directa a su párpado izquierdo creando un pequeño hilo hasta la comisura de sus labios, eso la mantiene fresca. 

Piensa en el dinero, está pensando en el dinero, y está sintiendo una gran repugnancia que acelera aún más su corazón; piensa en como esta extraña especie a la que pertenece puede llegar a necesitar y sentir anhelo por ese trozo de papel sin estilo artístico alguno; un trozo de papel que huele a óxido y a sudor, que alberga más microbios que cualquier otro papel que pueda imaginar. Piensa en la guerra y en el hambre, en los hombres gordos de dinero, babosos de dinero, vacíos de tanto dinero, vacíos de tan poco dinero, esclavos del dinero... Tarde o temprano esto llegaría, ella ya lo sabía, pero también sabe que tinkerbella nana aunque no se vea existe y eso es mucho más importante para ella. 


Sofía acaba de cerrar los ojos y ha tragado saliva, puedo ver como se levanta cojeando. Me mira directamente a los ojos, es la primera vez que me sucede algo así, la miro tímidamente. No se quien sonríe primero, pero sonreímos. Se va a la terraza. Abro la puerta, bajo las escaleras rápidamente, necesito salir a la calle a respirar aire fresco. Miro al cielo y me quedo cegada por el sol, la visión se me nubla y se ve todo borroso... tinkerbella nana aunque no se vea existe y yo me pregunto, ¿quién será capaz de saber que existe a pesar de que no puede verse?. 

domingo, 21 de junio de 2015

Coplas libertarias: Alfileres


Hace ya que cogí este librillo de la pequeña biblioteca de Comando Sororidad (ese colectivo feminista que se inserta en la provincia de Jaén desde hace casi un año ya),  el cual nos dejó una compañera de la revista La Madeja cuando presentó en el CSA Jaén en Pie el número 5 de ésta. 



domingo, 14 de junio de 2015

Sofía alquitrán.


Takato Yamamoto



Se ha quedado sin boca para decir todas las palabras que tiene en el estómago. Palabras que vuelan de un lugar a otro de su cuerpo, palabras que no sabe desmigar, que no sabe codificar. La lengua se ha quedado dentro, las palabras se han quedado dentro. 

Lo llama por teléfono y él le dice: "Solo en ti está la fuerza para confiar", ella llora, llora y moquea y absorbe los pucheros de cuando era tan pequeña que no le alcanza la memoria a recordar siquiera. Mientras se van formando más palabras que no saben por qué poro salir. 

No ha olvidado nada, y por eso sabe que esta sensación de soledad es una enemiga mortal que le arrebata el aliento y las fuerzas. Ya no quiere comerse ningún mundo de este sistema solar. Quiere sentarse y dejarse morir porque cada vez le importa menos todo y todos. Ella sabe que no son palabras, que esto no tiene nada que ver con ellas. 

Ha pasado casi un año, mira de un lugar a otro y no hay ningún rostro reconocible ya, todo es ausencia y un nudo huésped en el esófago que le recuerdan los cuchillos y las dagas que en el pasado dormían bajo la cama. Se está dejando asfixiar, aunque no lo note ni el viento, ella se está dejando matar. Hace tiempo que una parte ya está muerta. 

Va sonriendo por las calles como si ellas fueran sus mejores amigas, pero se engaña, también sabe que se engaña; la calle es un espacio sin tiempo, sin cara, son manos, sin órganos, sin nada que contar. La calle le guiña un ojo y ella tropieza por las escaleras. Tirada en mitad del asfalto se funde poco a poco hasta convertirse en alquitrán. 


Se le ha escapado el mundo entre las manos y ya no sabe si recuerda como agarrarlo. Se le olvida algo... No, yo sé que no, que no hay nada que pueda olvidársele. Impregnada de chapapote camina oliendo a gasolina. El mechero ya no está en sus manos, la pierna le arde, ya han prendido una parte de su cuerpo, ahora solo queda que prendan el resto. 

domingo, 7 de junio de 2015

Walt Whitman y el hogar.

Fue hace unos dos años cuando compré en un mercadillo callejero de Granada el libro que estoy leyendo ahora. Tengo un buen recuerdo de aquel viaje, tan bueno como los mejores episodios de mi vida en los que se entremezcla la máxima exaltación con la máxima decadencia. Viajar siempre me produce un oleaje de sensaciones y aquel viaje se metió dentro de mis arterias de una extraña forma. Él se iba y en parte era una despedida, de una u otra forma, de todo lo que habíamos vivido años atrás.

Canto a mí mismo de Walt Whitman (Ediciones Busma S.A.) lo compré en un momento convulso y, como acostumbro,  con este título le di a mi pequeña biblioteca un buen material para que luego la vida lo pusiera en mis mano (esta vez para leerlo) por segunda vez. Me lo trajo el insomnio y a veces bendito insomnio y bendita biblioteca. 

 




Sus poemas, que te llevan a un lugar cercano y a la vez lejano, te empujan hacia delante, te ponen frente a frente con lo otro y contigo misma, te dan fuerza para amar y odiar con el mismo ímpetu lo que rodea y sobre todo te dan una mirada para contemplar y admirar.

La vida y la muerte se dan la mano, se conjugan con lo más alto y bajo de las cualidades del ser humano; la cotidianeidad que te lleva a respirar en el mar y en el desierto, a observar atentamente el trabajo y sus manos cansadas y desgastadas, que te invita a sentarte y observar como lo de fuera ya habita dentro;  la crítica a la esclavitud y el abordaje de la igualdad entre hombre y mujer, todos ellos con sus vicios y virtudes; Canto a mí mismo son tus propias manos fomando el camino propio, son un canto la vida, un canto a la libertad.

 
Fotografía: Thomas Eakins


Un momento covulso, la falta de sueño y las reflexiones más profundas acerca del hogar. Un canto a mí misma es un empujón, líneas que desenredan y enredan con otras figuras y formas la gran maraña huesped, porque Walt hace tuyo lo que un día fue suyo y hace que se expanda a lo ancho de tu cuerpo y mente.

Os dejo dos fragmentos: 

19

La mesa está dispuesta para que todos coman, aquí está la carne para el sano apetito,
La misma para todos: para el justo y el malo, a todos he invitado,
Nadie se verá olvidado y nadie es excluido.
La concubina, el parásito, el ladrón, están invitados,
El esclavo de labios gruesos está invitado, y lo está el sifilítico,
Y no habrá distinciones entre ellos y el resto.
Este es el roce de una tímida mano, el natural aroma de un cabello flotante,
El beso de mis labios en los tuyos, el jadear anhelante,
Este es el abismo y la cima lejana que reflejan mi rostro,
Mi fusión voluntaria con todos y mi huida.
¿Crees que tengo una intención escondida?
Pues es cierto: la tengo, como la tienen las lluvias de abril, la mica de las rocas.
¿Crees que quiero asombrarte?
¿Asombra acaso el día? ¿Asombra acaso el temprano astro rojo que titila en el bosque?
¿Asombro yo más que ellos?
Esta es la hora de mis confidencias,
No se las haría a cualquiera, pero a ti sí te las haré.

20

¿Quién anda por ahí anhelante, místico desnudo?
¿Cómo es que saco fuerzas de la carne que tomo?
¿Qué es un hombre, realmente? ¿Qué soy yo? ¿Qué vosotros?
Cuanto diga que es mío deberás apropiártelo.
De otra forma, escucharme sería perder tu tiempo.
No voy gimoteando a través de la tierra:
Que los meses se pasan, que la tierra es fangosa, miserable y muy sucia.
Gemidos y plegarias serviles son remedios para enfermos e inválidos; quede el conformarse muy lejos de mi vida,
Yo me pongo el sombrero dentro y fuera de casa.
¿Por qué tengo que orar? ¿Y adorar y andar con ceremonias?
Después de escudriñar en los estratos, de analizarlo todo, de hablar con los expertos y calcular minucias,
He llegado a saber que el sebo más sabroso va adherido a mis huesos.
Me veo en todos, ninguno es más que yo, ni es menos un grano de cebada.
Sé que soy fuerte y sano,
Todo marcha hacia mí, constantemente,
Todo me escribe y debo descifrar lo que me dice.
Sé que soy inmortal.
Sé que mi órbita no podrá ser descrita con compás de artesano,
Que no me perderé como se apaga la espiral que en la sombra traza un niño con fuego de un carbón encendido.
Sé que soy venerable,
Y no fuerzo a mi espíritu a que explique o defienda,
Pues las leyes más fijas nunca piden disculpas
(Después de todo no soy más orgulloso que el cimiento que sustenta mi casa),
Existo como soy, con eso basta,
Y si nadie lo sabe me doy por satisfecho,
Lo mismo que si todos y uno a uno lo saben,
Hay un mundo al que tengo por el mayor de todos, que soy yo y que lo sabe,
Si llego a mi destino, ya sea hoy ya sea dentro de millones de años,
Puedo aceptarlo ahora o seguir aguardando, con igual alegría.
La base donde apoyo mis pies es de granito,
Me río cuando dicen que puede disolverse,
Porque conozco lo que dura el tiempo.

miércoles, 11 de febrero de 2015

domingo, 18 de enero de 2015

martes, 13 de enero de 2015

Sentir de amor.





Alberto Pancorbo




A él,
por hacerme sentir de amor.
Cuando muramos de amor
no nos habremos dado
ni siquiera cuenta.

Sólo quedará un despojo 
               de lo que fuimos.
Un colchón
               medio vacío.
Un largo, oscuro y doloroso
                                   abismo.
Un recuerdo
            convertido en herida.
Una herida
            convertida en cicatriz.
Un deseo inconfesable
            de volver a sentir
            un abrazo saciable
            que nunca llegará.

Sin darnos cuenta
habremos muerto de amor
y ya,
            aunque nos amemos,
será
demasiado

tarde. 

sábado, 3 de enero de 2015

Pueblo.

Oswaldo Guayasamín.














Creíamos que no nos merecíamos nada
y sin embargo nos merecíamos
la vida misma.