domingo, 21 de junio de 2015

Coplas libertarias: Alfileres


Hace ya que cogí este librillo de la pequeña biblioteca de Comando Sororidad (ese colectivo feminista que se inserta en la provincia de Jaén desde hace casi un año ya),  el cual nos dejó una compañera de la revista La Madeja cuando presentó en el CSA Jaén en Pie el número 5 de ésta. 



domingo, 14 de junio de 2015

Sofía alquitrán.


Takato Yamamoto



Se ha quedado sin boca para decir todas las palabras que tiene en el estómago. Palabras que vuelan de un lugar a otro de su cuerpo, palabras que no sabe desmigar, que no sabe codificar. La lengua se ha quedado dentro, las palabras se han quedado dentro. 

Lo llama por teléfono y él le dice: "Solo en ti está la fuerza para confiar", ella llora, llora y moquea y absorbe los pucheros de cuando era tan pequeña que no le alcanza la memoria a recordar siquiera. Mientras se van formando más palabras que no saben por qué poro salir. 

No ha olvidado nada, y por eso sabe que esta sensación de soledad es una enemiga mortal que le arrebata el aliento y las fuerzas. Ya no quiere comerse ningún mundo de este sistema solar. Quiere sentarse y dejarse morir porque cada vez le importa menos todo y todos. Ella sabe que no son palabras, que esto no tiene nada que ver con ellas. 

Ha pasado casi un año, mira de un lugar a otro y no hay ningún rostro reconocible ya, todo es ausencia y un nudo huésped en el esófago que le recuerdan los cuchillos y las dagas que en el pasado dormían bajo la cama. Se está dejando asfixiar, aunque no lo note ni el viento, ella se está dejando matar. Hace tiempo que una parte ya está muerta. 

Va sonriendo por las calles como si ellas fueran sus mejores amigas, pero se engaña, también sabe que se engaña; la calle es un espacio sin tiempo, sin cara, son manos, sin órganos, sin nada que contar. La calle le guiña un ojo y ella tropieza por las escaleras. Tirada en mitad del asfalto se funde poco a poco hasta convertirse en alquitrán. 


Se le ha escapado el mundo entre las manos y ya no sabe si recuerda como agarrarlo. Se le olvida algo... No, yo sé que no, que no hay nada que pueda olvidársele. Impregnada de chapapote camina oliendo a gasolina. El mechero ya no está en sus manos, la pierna le arde, ya han prendido una parte de su cuerpo, ahora solo queda que prendan el resto. 

domingo, 7 de junio de 2015

Walt Whitman y el hogar.

Fue hace unos dos años cuando compré en un mercadillo callejero de Granada el libro que estoy leyendo ahora. Tengo un buen recuerdo de aquel viaje, tan bueno como los mejores episodios de mi vida en los que se entremezcla la máxima exaltación con la máxima decadencia. Viajar siempre me produce un oleaje de sensaciones y aquel viaje se metió dentro de mis arterias de una extraña forma. Él se iba y en parte era una despedida, de una u otra forma, de todo lo que habíamos vivido años atrás.

Canto a mí mismo de Walt Whitman (Ediciones Busma S.A.) lo compré en un momento convulso y, como acostumbro,  con este título le di a mi pequeña biblioteca un buen material para que luego la vida lo pusiera en mis mano (esta vez para leerlo) por segunda vez. Me lo trajo el insomnio y a veces bendito insomnio y bendita biblioteca. 

 




Sus poemas, que te llevan a un lugar cercano y a la vez lejano, te empujan hacia delante, te ponen frente a frente con lo otro y contigo misma, te dan fuerza para amar y odiar con el mismo ímpetu lo que rodea y sobre todo te dan una mirada para contemplar y admirar.

La vida y la muerte se dan la mano, se conjugan con lo más alto y bajo de las cualidades del ser humano; la cotidianeidad que te lleva a respirar en el mar y en el desierto, a observar atentamente el trabajo y sus manos cansadas y desgastadas, que te invita a sentarte y observar como lo de fuera ya habita dentro;  la crítica a la esclavitud y el abordaje de la igualdad entre hombre y mujer, todos ellos con sus vicios y virtudes; Canto a mí mismo son tus propias manos fomando el camino propio, son un canto la vida, un canto a la libertad.

 
Fotografía: Thomas Eakins


Un momento covulso, la falta de sueño y las reflexiones más profundas acerca del hogar. Un canto a mí misma es un empujón, líneas que desenredan y enredan con otras figuras y formas la gran maraña huesped, porque Walt hace tuyo lo que un día fue suyo y hace que se expanda a lo ancho de tu cuerpo y mente.

Os dejo dos fragmentos: 

19

La mesa está dispuesta para que todos coman, aquí está la carne para el sano apetito,
La misma para todos: para el justo y el malo, a todos he invitado,
Nadie se verá olvidado y nadie es excluido.
La concubina, el parásito, el ladrón, están invitados,
El esclavo de labios gruesos está invitado, y lo está el sifilítico,
Y no habrá distinciones entre ellos y el resto.
Este es el roce de una tímida mano, el natural aroma de un cabello flotante,
El beso de mis labios en los tuyos, el jadear anhelante,
Este es el abismo y la cima lejana que reflejan mi rostro,
Mi fusión voluntaria con todos y mi huida.
¿Crees que tengo una intención escondida?
Pues es cierto: la tengo, como la tienen las lluvias de abril, la mica de las rocas.
¿Crees que quiero asombrarte?
¿Asombra acaso el día? ¿Asombra acaso el temprano astro rojo que titila en el bosque?
¿Asombro yo más que ellos?
Esta es la hora de mis confidencias,
No se las haría a cualquiera, pero a ti sí te las haré.

20

¿Quién anda por ahí anhelante, místico desnudo?
¿Cómo es que saco fuerzas de la carne que tomo?
¿Qué es un hombre, realmente? ¿Qué soy yo? ¿Qué vosotros?
Cuanto diga que es mío deberás apropiártelo.
De otra forma, escucharme sería perder tu tiempo.
No voy gimoteando a través de la tierra:
Que los meses se pasan, que la tierra es fangosa, miserable y muy sucia.
Gemidos y plegarias serviles son remedios para enfermos e inválidos; quede el conformarse muy lejos de mi vida,
Yo me pongo el sombrero dentro y fuera de casa.
¿Por qué tengo que orar? ¿Y adorar y andar con ceremonias?
Después de escudriñar en los estratos, de analizarlo todo, de hablar con los expertos y calcular minucias,
He llegado a saber que el sebo más sabroso va adherido a mis huesos.
Me veo en todos, ninguno es más que yo, ni es menos un grano de cebada.
Sé que soy fuerte y sano,
Todo marcha hacia mí, constantemente,
Todo me escribe y debo descifrar lo que me dice.
Sé que soy inmortal.
Sé que mi órbita no podrá ser descrita con compás de artesano,
Que no me perderé como se apaga la espiral que en la sombra traza un niño con fuego de un carbón encendido.
Sé que soy venerable,
Y no fuerzo a mi espíritu a que explique o defienda,
Pues las leyes más fijas nunca piden disculpas
(Después de todo no soy más orgulloso que el cimiento que sustenta mi casa),
Existo como soy, con eso basta,
Y si nadie lo sabe me doy por satisfecho,
Lo mismo que si todos y uno a uno lo saben,
Hay un mundo al que tengo por el mayor de todos, que soy yo y que lo sabe,
Si llego a mi destino, ya sea hoy ya sea dentro de millones de años,
Puedo aceptarlo ahora o seguir aguardando, con igual alegría.
La base donde apoyo mis pies es de granito,
Me río cuando dicen que puede disolverse,
Porque conozco lo que dura el tiempo.