lunes, 17 de octubre de 2016

La mujer vieja.

Robin Eley.

Kolontai dice cosas, me las ha susurrado esta noche otra vez mientras el mundo pensaba que dormía. No hay verdad ni mentira en lo que dice, todo puede ser. Pero los sueños me muestran que yo no puedo ser la mujer nueva. 

A la mañana un hombre llora su propio llanto, un llanto que no conozco, que no sé de donde procede. Sería mentira decir que no importa, que no es mi guerra pero yo no puedo ser la mujer nueva y desprenderme. No, al menos no así. La mujer nueva debe saber ocultar el dolor en las tripas y caminar, mi dolor está en la piel, cualquiera puede olerlo, cualquira puede hacerse una idea de él.

Intento sin remedio que todo cuadre que todo case pero lo esencial, lo invisible no vuelve a su forma. Esta tierra se está regando con saliva y lágrimas. Ni siquiera hay sangre que caliente. La sal crece por dentro. Ahora hay sal y un puñado de nada que me hace estar constantemente en alerta. Mi casa se fue. No tengo casa. Soy menos que una nómada y cada mañana me debato entre Angélica Lidell y Alejandra Pizarnik.