lunes, 8 de mayo de 2017

No quiero ser una de las mujeres de Raymond Carver




-¿Me echas de menos?
-Claro que te echo de menos…


Lee Price



Esa fue una de las conversaciones más dolorosa que he tenido, en ese momento no estaba siendo consciente de lo que implicaba nada de lo que iba a suceder. Al final sucedió, tal y como lo estábamos viendo venir. Pero cuando sucede es como si no llegaras a creerlo, es como la casa que tiene terminas en su madera, siempre piensas que llegará el día en el que se arreglará todo, sin embargo el único día que llega es el que derrumba la casa por completo.

No creo que tengamos una sola vida. Me hago cada día más vieja, los cumpleaños cada vez son más extraños, pero creo que voy gastando más y más vidas, hasta sentir el desgaste en la mismísima piel. Esta noche he tenido un sueño, menos espantoso que los que vienen aconteciéndome, pero creo que me he acostumbrado a esos sueños turbios que me dejan un sabor amargo de boca cada vez que me despierto. En el sueño me follaba al vecino de enfrente, un hombre grande y corpulento que me desagrada bastante, un solitario de esos que te produce una sensación asquerosa cada vez que te cruzas con él. En el sueño él se sentía solo, yo también.

Al despertar he sentido un calor, la garganta reseca y desazón. Inmediatamente he buscado la mano de mi chica en la otra parte de la cama, hace tiempo que no soñaba con hombres grasientos. Ella dormía, al sentir mi mano se ha girado y me ha balbuceado unas palabras. Yo la he besado en el pómulo. Ojalá todo fuera mejor entre nosotras. El vivir con alguien no hace que las cosas sean más fáciles. Cuando empecé a vivir con ella nada fue fácil, yo tampoco fui fácil. Recuerdo una noche borrachas por la Avenida de Madrid, ella lloraba mientras insultaba a su última ex, parecía una chica tan tierna y dura a la vez. No sé cuando me enamoré de ella. Recuerdo que su cara al hablarme de su dolor me conmovió tanto por dentro que me hubiera arrancado mi propia piel para cubrirla y que no sufriera más. Lo que vino después me hizo arrepentirme de haber pensado eso. Se me había olvidado que yo también habitaba un mundo pantanoso y oscuro por dentro. Quizá eso me gustó aquella primera vez, pero no se puede lidiar con dos mundos, uno que ni siquiera te pertenece y el otro que ni siquiera sabes cómo calmar. 

Estando con ella, la primera vez que llamé a Ernesto fue una mañana que me levanté y ella había dejado una nota para Natalia en la nevera. Me dieron ganas de llamarla y mandarla a la puñetera mierda, decirle, hija de la gran mierda, yo no soy Natalia soy María. Pero no lo hice, en vez de llamarla a ella llamé a Ernesto. Lo llamé llorando y conteniendo toda la rabia. Él, cansado y sorprendido, no paraba de decirme que me calmara, que no podía entender nada de lo que le estaba diciendo. Ahí caí en la cuenta que estaba cometiendo un error aún más grande que todos los que había cometido hasta el momento, pero seguí hablando con él hasta sentir que me tranquilizaba. No sé como lo hace, pero siempre consigue que todo parezca una estupidez sin importancia. No le dije que lo llamé por mi propio miedo a perder a Beatriz, por mi propio miedo a volver a hacerlo mal, como pasó con él. Ya casi que no recuerdo cuantas llamadas han venido después de aquella vez y me culpo por ello. Siempre hay un daño colateral que arrastra con alguno de los tres. La primera vez que le hablé de Ernesto no fui realmente sincera, ¿para qué serlo?, a veces agradezco que ella tampoco lo sea conmigo, se que Natalia es el amor de su vida, que no podrá superarla jamás, pero eso ¿qué más da?

Mi vecino, metido en la cama conmigo, se da la vuelta, me mira a los ojos con una tristeza implacable y le digo, quiero que me comas por todas partes, no te dejes nada. Él que se siente disperso, baja suavemente hasta mis piernas y me las abre, me empieza a lamer mientras me mira. Sus manos acarician mis piernas. Yo le agarro del pelo, después con los dedos le masajeo la cabeza. Me besa el ombligo y sube a besarme los labios. Yo lo beso y, con su polla muy dura, va entando dentro de mi poco a poco mientras me susurra al oído unas palabras que me conmueven. Sí, es grasiento, pero estamos tan solos que nos queda el propio cuerpo para darnos un calor que nos es ajeno a nosotros mismos. Es una pesadilla. Solo es una pesadilla. Un mal sueño, como tantos otros. 

Beatriz sigue durmiendo con su cara mirando hacia mí, la abrazo, la agarro tan fuerte como puedo, sin que eso la despierte. Ya no sé lo que es estar enamorada, parece que eso fue de una de aquellas otras vidas que pasaron hace mucho tiempo. Lo que sé es que no quiero que se vaya, no quiero despertar sin ella a mi lado. Estamos jodidamente solas, solas y repletas de fantasma. Echo de menos muchas otras vidas, se que ella también, pero ahora estamos en esta. No sé cuando se acabará, no se siquiera si se acabará. Lo único que me consuela es saber que pase lo que pase siempre hay una vida esperando para ser vivida después de esta. 

Las termitas se llevaron una parte de aquella casa, se llevaron una parte de mí. Sigo viva, sigo aquí. He empezado un libro de Raymond Carver, y sé que no quiero ser una de esas mujeres que no tienen voz propia, pasajeras en un relato escrito por un hombre. Tampoco quiero que Beatriz sea eso. Para Ernesto puede que ya sea demasiado tarde.