Agoera |
Otra vez el sueño, el dolor en las tripas, la debilidad en las piernas, la
angustia, el decaimiento, los huesos calados. Ha abierto los ojos de golpe, el
sudor frío bajando por su frente ha llegado hasta la clavícula. La cama es
grande y solo encuentra copos de nieve por todas partes.
Hace tiempo que siente que no puede hablar, que su voz se ha hecho pequeña
dentro de sí, la perturbación cada noche la lleva a tener estados catatónicos
de nostalgia y melancolía. Dolores propios y ajenos se le incrustan en el
cuerpo. Escenas de amores, de hombres que ya no existen, de mujeres que no le
pertenecen. Las secuencias son tan reales que al día siguiente tiene que borrar
con amoniaco la película grabada en su mente. ¿Cómo hacer para no soñar? ¿Qué
hacer para no reproducir cada uno de sus miedos, inseguridades,
angustias?
Esta noche el sueño ha sido claro y nítido, otra vez. El bar, la mujer, el
hombre, la palabra. Los ojos llorando como si fueran los ojos propios. Los
celos, el miedo, la indiferencia. La mujer le dice al hombre que ya no puede
más, que el infierno habita dentro. La mujer le dice al hombre que no soporta
el silencio, la rudeza, la falta de caricias. La mujer le dice al hombre que no
aguanta su falso amor, su amor a medias, su amor a ratos, su amor caduco, su
amor edulcorado. El hombre la mira con asco y pena. La mujer se retuerce. Aparece
otra mujer. El hombre mira a la otra mujer. El hombre se va con la otra mujer.
En el bar, la mujer se queda sola con los brazos flácidos y sin fuerzas
mientras el mar empieza a formarse ante sus propios pies.
Hace apenas unos días el sueño tenía otro rostro, otro hombre, otro nombre,
otro acontecer, igual de vivo, igual de hiriente al abrir los ojos. Hace apenas
unos días, el beso, la mano acariciando la espalda, el inhalar del olor
corporal, el abrazo arropando el desconsuelo. El escalofrío al sentir el tacto
de sus piernas, las de él, con las piernas de ella, de su cuerpo entero, el de
él, con el cuerpo de ella. La arena tostada cortando la piel al desvanecerse el
instante preciso. Hace apenas unos días abrir los ojos e inhalar un suspira de
desconcierto, apretar las manos y retirarse el sudor caliente entre las piernas, después el brotar de las lágrimas hasta su barbilla.
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