La llamada.

Karen L. Darling

Aquella noche Sofía volvió a soñar con cenizas y polvo. Se levantó con la garganta llena de unas telarañas que casi podía reconocer. Tragó saliva y reconoció el cristal punzante que bajaba por su esófago. El nombre resonaba en su cabeza dando vueltas como un animal desbocado en plena estampida. Con los ojos abiertos  miró al techo de una habitación que se le escapaba de entre los labios. Llena de mantas tiritaba en un sudor frío. Su nombre, el de él, seguía dando vueltas y transformándose por los adentros de Sofía.

Sin fuerzas se levantó de la cama y fue hacia el salón, encendió el aire caliente y prendió fuego a un cigarrillo entre sus dientes. Le dolía la cabeza con gran intensidad. A la segunda calada empezó a llorar sin lágrimas. Sofía chorreaba por dentro un cariño que se pudría en un charco rojo. Y su nombre, el de él, quería salir por algún orificio de ella.

La tercera y la cuarta calada se hicieron insoportables, el humo entremezclado entre su nombre, el de él, los cristales rotos y los rastros de tela de araña, bajaban posándose en los pulmones como alquitrán. Apagó el cigarro. Se sentó en una silla, se puso los calcetines, los pantalones, las botas, el sujetador, la camiseta interior, la camiseta de manga larga y el chaleco, lo más rápido que pudo. Cogió el bolso dejándose tras de sí los rastros de la noche anterior, las copas de vino, los platos de patatas, los trozos de jamón, las pipas, las palomitas, la hierba, las colillas, el pan, los condones y la saliva en el cristal. Cerró la puerta  y salió a la calle, se puso la bufanda y comenzó a andar.

Bajando por la primera cuesta se vio tropezar en su nombre, el de él, e intentando esquivar el suceso pego un salto que la elevó apenas un segundo, entonces una señora que pasaba por allí se interpuso en su camino y Sofía cayó encima de ella. Ya en el suelo, al mirar el rostro de la señora vio su rostro, el de ella, entendió  entonces que, esta vez, no debía hacer aquella llamada.