jueves, 31 de julio de 2014

Sin soslayo.





Se chupó los dedos y contuvo las lágrimas, estaba cansada de sentir ese estupor que le conmovía por dentro la garganta y el pecho, pero se repetía una y otra vez, así que aprendió a vivir con ello como parte de sí. Aquella canción la trasladó a aquel lejano sueño que vivió con aquel chaval mayor que ella. Aquello ya pasó pero aprendió a no tragarse las lágrimas y a besar mientras se lamía la sangre que brotaba de los labios. Empezó a sollozar con un desconsuelo casi admirable. Se limpió las mejillas. 

Ahora se le agitaba el corazón mientras miraba en su ventana el cielo color rojizo. Había tantas otras personas pasando por algo tan similar a lo que ella estaba pasando en ese mismo instante: posar los brazos en la ventana, admirar el color del cielo, viajar por sus pensamientos... que se sintió cotidiana y eso le hizo esbozar una mueca de tranquilidad. 

Luego el rojizo del cielo se transformo en sangre, carne, hueso y metralla; deseó tener un cigarrillo entre sus dedos, le dolía no poder hacer nada por esa sangre derramada en la otra parte del planeta, la impotencia más hiriente se clavó en su sien y sintió un vómito asqueroso subiendo por el esófago. No, en ese estado no podía hacer nada realmente ni por salir de la habitación. Había tantas cosas que hacer porque todo mejorara que lanzó un suspiro de letargo, cerró los ojos e inspiró, contuvo la respiración por unos segundos y espiró todo el aire de sus pulmones. 
Miró el dormitorio, era hora de arreglar su habitación, había tantas cosas que hacer que había que empezar por lo más importante. 

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