lunes, 20 de octubre de 2014

Un día cualquiera.


Habitación en Roma.





En los muros hay graffitis,
una adolescente camina
con su mochila hacia clase.

Vuelves a fumar un cigarrillo en
esa terraza que desprende
calor por sus ventanas.

El escalofrío te recorre.
Otra vez.

El orden ha vuelto.
Otra vez.

El olor a vainilla
recorre la habitación
la música suena de fondo.

Es un día cualquiera,
como tantos
sin embargo
se acerca
el momento
de decir adiós.

Hay tantas mujeres,
el agua de la ducha
no te quita
el dolor
de los pezones.

En la calle,
el muro no sabe gritar,
pasas tranquila,
la acera no es un lugar seguro.

Leonard intenta tranquilizarte,
cierras los ojos
pero no es un lugar seguro
y arañas la colcha de la cama,
                               ella no sabe responder. 

Retuerces el llanto en la pared
tragas,
abres los ojos.

Es un día cualquiera,
pronto Joni te dejará
magullada y Silvio
te asestará un golpe
demasiado hondo.

Preferirías fatiga
antes que esta
malograda habituación,
sin embargo
se aleja
el momento
de decir
adiós.

Lou ya no te recuerda
que los días son perfectos,
tragas,
la vainilla
se incrusta
en las papilas gustativas.

Sabe demasiado bien,
tú esperas a que
vuelvan
a producirse
caídas y alzadas.

Tu cuerpo
tumbado,
espera.

Espera.





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