martes, 28 de octubre de 2014

Y otra vez.






 Esta noche recibí una llamada. 

-He vuelto con ella, o al menos he vuelto a besar sus labios.

No había vuelto con ella, había vuelto a habitar en su pecho la incertidumbre constante de ir detrás de su pelo. Toda la rehabilitación de los últimos meses no había servido de nada. Cada vez que se cruzaba en su camino volvía a batirse en duelo consigo mismo. La guerra del odio y del desprecio frente a la de la esperanza. Gota a gota bajaba por su frente un sudor seco. La risa nerviosa e intrigante de sentirse rendido y victorioso a la vez. 

-No te hagas muchas ilusiones- balbucee de la forma menos doliente posible. 

No era que no me alegrara, al fin y al cabo me había pasado meses escuchando el recorrido de sus pasos directo hacía ella. Su cuerpo, sus ojos, sus manos, todo él estaba rendido y aún así agarraba sus tendones de la forma más heroica posible y caminaba sin mostrar un ápice de decaimiento. Era casi milagroso que nadie hubiese advertido la sangre que sus ojos chorreaba en tantas ocasiones. Me alegraba, en lo más profundo de mi ser, me alegraba con todo mi corazón. Lo sentía vencedor de un asalto, pero luego hilaba la guerra y mis ojos lloraban de la misma forma que lloraría después él, cuando librase la siguiente batalla. Es tan dulce la saliva, es un veneno tan reconfortante. 

Recordé la expresión de sus ojos y su frente cuando me decía dos semanas antes, tengo que coger otro camino, quiero estar con otra mujer, ella ya no más, ella sólo será mi amiga, sonreí. A menudo se usa la razón de la forma más desastrosa que puede usarse. Luego se incrustra una losa de alquitrán en el pecho y en el costado, y olvidamos el origen de ellas. Se mentía. Yo sabía que se mentía. Era su guerra. Y mi abrazo era lo más que podía ofrecerle. 

He de reconocer que me gustaba abrazarlo. Hay muchos tipos de abrazos. No siempre se usan los brazos para agarrar a una persona y darle todo el calor que hay dentro de ti. Eramos hermanos que había unido el mundo en un punto. Y ese era nuestro mejor abrazo. 

Yo seguía tras el teléfono y su alegría me daba escalofríos. Fui a la cocina. Abrí el frigorífico. Cogí un litro de cerveza. Lo abrí. Le pegué un trago demasiado largo. Estaba bien frío. Fruncí el ceño. 

-Ahora voy poco a poco, lo tengo claro- su seguridad me hizo confiar en sus palabras la medida justa, ya había visto esa seguridad ficticia en más ocasiones y era debilitadora. 

-Claro- le pegué otro trago al litro. 

-Luego te contaré con más detalles- volví a pegarle otro largo trago a la cerveza.

-Buenas noches-dije con la boca húmeda.

-Descansa-colgué y encendí un cigarrillo. 

Entonces mi cuerpo débil se tendió en el sofá. No paraba de repetir en mi cabeza la misma estrofa de aquella canción que semanas antes me había congelado y agrieteado:"la misma historia es otra vez y otra vez, y otra vez, y otra vez" 



1 comentario:

  1. Una vez pronuncié unas palabras parecidas a esas: no, si esta vez voy poco a poco, despacio.

    Y una voz femenina me respondió: Pero Jaime, si tú no sabes ir despacio.

    Y sonreí.

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