viernes, 6 de diciembre de 2013

Universos perpendiculares.



Aquella tarde lo llamó por teléfono con lágrimas en los ojos.
"Buenas Josué, soy Sofía, sácame de aquí, llévame a otro sitio"
Él no entendía nada al otro lado del teléfono.
"¿Qué te pasa Sofía?"
"¿Sólo quiero que me saques de aquí? ¿Dónde estás? ¿Puedes venir a recogerme?"
Demasiadas preguntas juntas para él, que tenía el corazón hecho un nudo, un nudo indescifrable desde tiempo antes de que apareciera ella en su vida y ella estaba acostumbrada a no contestar, le había pillado por sorpresa aquella llamada y su vida era demasiado pausada para los sustos que le pegaba Sofía, demasiado pausada para el torbellino arrollador que Sofía llevaba impregnado en sus pulmones.

"Claro, en cinco minutos estoy allí, espérame en el estanco de al lado de tu casa"
Sofía respiró y antes de poder decir gracias el teléfono empezó a comunicar, se habían acabado los céntimos que había echado en la cabina. Encendió un cigarrillo y se fue andando hacia el estanco.

Josué sabía que iba a tardar al menos diez minutos, tenía que sacar el coche del garaje, eso le llevaría un tiempo, tenía que bajar hasta el estanco de enfrente de la casa de Sofía que estaba en la otra punta de la ciudad.

Sofía no podía dejar de llorar, la gente pasaba cerca de ella y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para guardarse el arsenal de llanto que tenía entre medias del pecho, sabía que Josué no tardaría cinco minutos, que tardaría al menos diez.

Josué salió corriendo hacia el garaje, cogió las llaves del coche que estaban en la cocina y bajó mientras su cabeza no podía parar de pensar en qué diablos le pasaría esta vez a Sofía. La amaba, no sabía de qué forma había alcanzado esa habilidad espantosa de desear cada parte de la pequeña y grandiosa Sofía. Lo había destrozado y salvado todos estos meses pasados, y aún guardaba la esperanza de que ella de alguna forma volvería donde nunca había estado.

Empezaba a hacer frio, la garganta se había secado, el cigarrillo se había agotado. No sabía a dónde ir, pero sabía que no quería estar cerca de su casa. En realidad Josué no la llevaría a donde ella necesitaba, porque el lugar que ella necesitaba nunca podría dárselo nadie que no fuera ella, pero era incapaz de volar y saltar y correr y gritar si no era lejos, y ese lejos solo se lo podía dar Josué, aunque no era un lejos suficiente.

La vio sentada en la acera, él no sabía que iba a pasar, nunca sabía que iba a pasar, sólo quería estar cerca de ella, por siempre. Ella ya lo había visto y se había levantado. Qué feliz le hacía eso mismo. Tenía una felicidad entristecida que no sabía por dónde sacar. Sofía abrió la puerta y se sentó.

"Buenas"
"¿Qué te pasa Sofía?"
"Llévame a un lugar donde pueda gritar y no me escuche nadie"
"No sé donde llevarte, ¿dime qué te pasa?"
"Me he peleado con Ernesto"
"Bueno podemos ir al pantano de Ois, está cerca y allí no habrá nadie"

La odiaba, no saben cuánto la odiaba porque la amaba, no saben cuánto la amaba y emergía esperanza, lo había llamado a él, no había llamado a nadie más, eso debía significar algo. Se repetía una y otra vez en su cabeza, eso debía significar algo. 

Sofía empezó a llorar cuando llevaban un rato en el coche.

Josué intentó hablar de otro tema diferente, algo banal pero que la sacara de sus pensamientos. Él mientras seguía pensando...eso debía significar algo.

Ahora se sentía doblemente mal. Ella sabía que Josué estaba mal, lo sabía de tiempo antes de que se metiera como un torbellino en su vida, sólo que ahora era ella la que necesitaba ayuda y necesitaba salir de allí, gritar. Ahora se sentía doblemente mal, porque sabía que Josué la amaba y que la esperanza se vislumbraba en sus ojos. Sintió una arcada que vino directamente del estómago. Ya estaba montada en el coche, no podía más que permanecer allí, para después gritar con más fuerza aún.

Llegaron al pantano de Ois, Sofía se bajó del coche y fue tímidamente, esperando a que Josué saliera del coche, hasta la orilla del pantano.

Lo quería, ella sabía que lo quería, hacía tiempo que quería rescatarlo de su dolor, de ese dolor que llevaba martilleándolo durante tanto tiempo. Que abriera su corazón, que diera oportunidades, que no se refugiara en la soledad de sus días estancado en un pasado lejano pero por aquel entonces ella no sabía cuánto se equivocaba.

Ella se sentó en la orilla, después llegó él.

"Me apetece gritar, gritar mucho rato, me siento con un vacío tan grande dentro de mí, quiero gritar con todas mis fuerzas"
"Grita, no se..."
"Pero, ¿no habrá nadie por aquí cerca?"
"No lo sé, yo creo que no"

Sofía empezó a sentir los ruidos de alrededor y sintió vergüenza por estar allí, de repente se vio a si misma desde justo enfrente, y se vio ridícula. ¿Pero qué te pasa?, ¿te vas a poner a gritar?. Se sintió tan extraña en su propio cuerpo.

" Si quieres gritar es fácil, mira: Ahhhhhhhhhhh..." Josué la invitó a probar.
Sofía ahora sentía que era un juego de niños, y desde la timidez esbozó un grito casi imperceptible.
"Ahhh.." Rieron los dos.

Amaba a Ernesto, estaba allí por él, habían vuelto a discutir, esta vez no sabía porque, pero sabía que se sentía vacía, un vacío que llevaba tiempo arrastrado a sus espaldas. Amaba a Ernesto pero no estaba dispuesta a hacerle daño, a hacerle un daño que cada día le hacía constantemente. No podía mostrarse, no podía enseñarle aquella parte que tanto le dolía a ella misma. La ocultaba, la escondía, la dejaba para ella y cada vez que intentaba hacer una reconciliación entre sus propias partes y Ernesto, éste la empujaba hacía el desastre. Podía irme con Josué, podía dejar a Ernesto e irme con Josué, pero sabía que cuando se repetía eso el rencor cubría sus pensamientos. Un rencor que no valía para nada. Amaba a Ernesto, pero se sentía sola, una soledad dolorosa. No se imaginaba el día de siguiente si Ernesto no estaba en su vida, abrazado a ella y besándole los labios, y aunque Sofía un día besó los labios de Josué, no sentía más que quedarse en el hogar de Ernesto.

Allí a su lado estaba Josué, mirándola mientras la amaba, mientas guardaba la esperanza de que Sofía se diera cuenta de que en realidad lo amaba a él, pues, ¿Cómo sino le había llamado?, ¿Cómo sino meses antes lo había besado?, lo llamaba porque ella no amaba a Ernesto se decía una y otra vez, porque ella lo amaba a él.

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